El pañuelo blanco

Foto: F. Anguita



















Detrás de una losa seriada de hormigón se esconden los sueños que fueron, las alegrías que se sintieron, las tristezas y un futuro por escribir. Me quedo con la leyenda que reza en el paraje de las Ermitas de Córdoba: "Como te ves yo me ví; como me ves, te verás; todo para en esto aquí; piénsalo y no pecarás". La inscripción, bajo una calavera, es ciertamente evocadora. Nada triste ni mucho menos diabólica. Romántica, sería la calificación.
En estos días todos nos acordamos de los difuntos, de nuestros muertos. Nos volcamos en el ornato artificial de la flor y la visita bulliciosa, honramos externamente la memoria y la ausencia de los seres más queridos. No hay nada más desdeñable, a mi juicio, que esa improcedente y siempre inoportuna frase de "la vida sigue", que acompaña a un entierro. Claro que la vida sigue, es evidente, pero quienes nos importaron siguen con nosotros de mil maneras distintas... A veces los encontramos mientras contemplamos un atardecer o acariciamos a alguien.
Se cambian las flores marchitas por ramos frescos y olorosos. Revolotean hombres, mujeres y niños entre las callejuelas de nichos y tumbas extrañas; ríen, hablan y se abrazan ante las lápidas silenciosas de aquellos a quienes una vez besamos y miramos enternecidos.
La vida y la muerte conversan en un marco multicolor que preludia un invierno cercano en el que la esa muerte se hace más fuerte y presente... Pero no creo en la guadaña cercenadora sin esperanza. Prefiero un pañuelo blanco blandiéndose al aire tibio mientras el que se va esboza una sonrisa cómplice y certera de su vuelta, algún día... aunque haya que esperar una eternidad.

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