Nunca
escuché a un hombre hablar con tanta devoción de la Justicia, pero
de la auténtica justicia. El profesor José Antonio Sáinz Cantero
era la antítesis de lo que el pensamiento de un joven universitario
podía pergeñar sobre la figura de un temible y sobrio profesor.
Pero nada de eso, su ejemplarizante humanidad la utilizaba a diario
para insuflar a sus alumnos una increíble sed de Justicia Social, de
Justicia Justa. Sáinz Cantero era capaz de cautivar a un auditorio
de 400 alumnos solo con su estremecedor relato de las horripilantes
penas a que eran sometidos los hombres y mujeres apresados y
“encarcelados” hasta bien entrado el siglo XVIII. Imperaba un
modelo de justicia inquisitorial, en el que jueces-fiscales y
abogados se asumían por un único y funesto personaje más
preocupado en echar carne al fuego “purificador”, en el tormento
de no pocos inocentes, en dar contento a un Dios vengador que en
impartir justicia. Hablaba Sáinz Cantero, con no poca admiración
-que a mí personalmente me valió para no olvidarlo jamás- de la
rebelión del jurista y economista italiano Césare Bonesana, al que
la historia y los alumnos llamábamos más cómodamente el Marqués
de Beccaria. La intervención de este personaje en la historia de la
justicia fue tan crucial como el poner freno definitivo al horror de
los vergonzosos juicios-autos de fe que llevaron a la muerte a miles
de seres sin culpa en todo el continente europeo. A final del siglo
XVIII, el autor del tratado “De los delitos y las penas”
seguramente no era consciente de la decisiva influencia que su obra
iba a tener para que acabase el genocidio disfrazado de Justicia que
se impartía con asquerosa discrecionalidad y absoluta parcialidad.
Ayer
mismo volví a encontrarme con el legado de Beccaria. Su carta de
presentación fue la cruel pero real descripción del tormento,
suplicio y muerte aplicado a un reo condenado a la pena capital, allá
por 1.700. La fidelísima descripción del marqués ha servido para
ilustrar a la sociedad moderna de como las gastaban “sus señorías”
en la época referida. El relato, ni que decir tiene, emocionó a no
pocos de los que hemos participado en los cursos de verano impartidos
en el Centro Penitenciario de Albolote (Granada), mientras que muchos
de los internos compartían con nosotros las ponencias, mesas
redondas y... por supuesto, el relato escalofriante de lo que hacían
hace un par de siglos con aquellos que -simplemente- tenían mala
suerte.
Desde
luego, yo no se que propósito redentor pretendía aquella
In-Justicia. Lo único que se es que llegar hasta donde hemos llegado
hoy y bajo una cobertura constitucional ejemplar es el resultado de
muchos triunfos, del sentido común, de la cultura y por supuesto del
alejamiento de una fórmula peligrosa: “la justicia no puede
aplicarse saliéndonos de las tripas”, tal y como subrayaban los
ponentes.
Ahora,
sin embargo, en un momento en que la abogacía española mira con
mucho recelo el anteproyecto de Código Penal que elabora el
Ministerio de Justicia, que provocará -pienso- una peligrosa
fractura social; ahora, en un momento en que cualquier ciudadano sin
la más mínima preparación se cree en la posesión de la verdad
judicial sin más argumentos y pruebas que lo que berrean los
programas basura; ahora en que los más mediáticos casos están
ocultando el verdadero bosque donde anida la auténtica preocupación
social; ahora... va un interno y para concluir una de las tres
intensas jornadas rompió el fantástico desarrollo de las sesiones
con una dosis de magia que saltó por encima de los muros del centro
penitenciario; no diré su nombre, solo que es un joven moreno al que
no le pregunté los motivos que le habían llevado allí, sino el
cómo era posible que cantase los versos de Federico García Lorca
con tanta pasión como yo nunca lo había escuchado -y sentido-
antes. Creo que en ese momento entendí el flamenco, como entendí el
sentido reeducador y reinsertador de una pena no entendida como tal,
sino como nueva oportunidad que muchas veces entiendo que es
difícilmente entendible por una sociedad que ha sido herida
profundamente en cualquiera de sus bienes jurídicos protegidos; pero
una sociedad que no puede responder con la barbarie, con el
holocausto, con el mismo crimen que dice combatir... con las armas
desoladoras que utilizó durante siglos y que hoy denostamos.
Aquella
música que salía del centro de Albolote era un mensaje claro de que
a pesar de que la impartición de justicia y la realidad
penitenciaria han cambiado muchísimo a lo largo de las últimas
centurias, es preciso dar un nuevo salto que en absoluto debemos
dejar en las manos siempre oportunistas de gobiernos interesados que
promueven reformas a golpe de rédito electoral.
En
estos días, se me ha hecho muy presente la voz del profesor Sáinz
Cantero; quien desde su humanidad creyó firmemente en un modelo de
justicia que debe seguir avanzando en el tiempo. Yo, así lo creo.
P.D. Gracias al Centro Asociado de la Uned de Motril (Granada) por promover un curso de auténtica altura de miras.
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