El mejor galón que una persona puede ponerse, a lo largo de su vida, es la humidad. Y si esa humildad se hace acompañar de la cada vez más escasa capacidad de estar al servicio de los demás, al galón se le añade la medalla al mérito de la ejemplaridad.
Yo, de verdad, no soy ni objetivo ni pretendo serlo para hablar de Jean Marie Nollet. No habrá en este pueblo guiri más motrileño que este belga de acento persistente que, curiosamente y a pesar del paso de las décadas, no se ha visto afectado en lo más mínimo ni de la influencia léxica de la zona, ni de sus dejes granadinos cercanos a la malafollá. Él no. Recuerdo que una vez su Pepa le dijo una frase de antología: “¡Janma, cuando te pones nervioso te vuelves todavía más guiri!”.
Es verdad que, en su mente -y no digamos en su corazón- aún vuelan aviones, avionetas, cazas… todos aquellos aparatos que su padre le enseñó a identificar hasta el punto de que aquel niño-jovenzuelo los reconocía en la distancia sólo con el ruido de los motores y sin mirarlos. Esa devoción aeronáutica le ha acompañado durante toda su vida, a lo largo de la cual atesoró una inmensa colección de maquetas de aviones y aún hoy se le iluminan los ojos al hablar de ello, porque parece que aún puede escuchar su ruido en ese cielo fronterizo entre Bélgica y Francia.
Supongo que en aquellos años no se le pasaría por la imaginación que gran parte de su vida la disfrutaría... sí, porque la ha disfrutado enormemente, mirando cada día al horizonte del mar, parándose una y mil veces cada vez que sale a la calle en un Motril que no es su pueblo pero sí su tierra, recogiendo esos pomelos que son un regalo de Dios o echando una, cien, mil manos a quien alguna vez haya tenido la inmensa suerte de pedirle un favor, ayuda o sólo amistad.
Las casualidades de la vida, o un destino ya escrito, lo trajeron al sur costero de Granada. Un lugar del que se enamoró al mismo tiempo que la mujer que terminó convirtiéndose en la principal causa de su vida. Es difícil, muy difícil, deberse tanto a una persona; pero él es el ejemplo de que hay quien no tiene más ambición y sueño en esta existencia que dedicarse por entero, en este caso, a tu compañera de camino.
Y él lo ha hecho.
Porque donde su Pepa fuese allí estaba Jean Marie como su mejor embajador. No ha podido tener nuestra maravillosa locutora Mari Pepa Gómez mejor representante, defensor a ultranza, compañero y esposo. Y fue siempre su deseo, aunque él jamás lo ha confesado, dar siempre un paso atrás para que nada ocultase en ningún momento el brillo indiscutible e inigualable del amor de su vida.
Yo lo conocí hace ya muchos años, en aquella radio entrañable. Y desde el principio me adoptó como si fuese un crío al que siempre prevenía contra lo bueno y lo malo de las personas. Y, desde luego, siempre acertó en su visión del mundo y de los demás porque habrá poca gente que, como él, tenga ojo clínico para saber con quien tienes que andarte con cuidado. Y sí, le debo -entre otras cosas, además de su apoyo en mil ideas y proyectos que pude sacar adelante gracias a su esfuerzo y ayuda- el haber sabido estar en momentos difíciles y también el haber tenido la valentía para dar alguna que otra patada a la cafetera... después me llamaba y me decía su eterna frase: “¿cómo estás, chico?”.
Pero fijaros que yo sí creo firmemente que este hombre de sonrisa franca, de conversación cercana y que debe recorrido tantos kilómetros dentro de Motril, con su publicidad de la radio, como para dar la vuelta al mundo diez veces si los sumáramos... fijaros, digo, que desde hace muchos años yo he tenido la intención y el deseo de reivindicar el trabajo realizado por Jean Marie Nollet para esa misma radio que no fue capaz de reconocer ni su valía, ni su compromiso, ni su entrega y ni siquiera el hecho de que él fuese un puntal decisivo y fundamental para aquella radio que tantos buenos momentos nos dio a todos.
Su voz no estaba en la antena, sino en la calle. Comercios, bares y empresas confiaban tanto en él que hubo tiempos en que no hacía falta ni contratos porque la palabra de Jean Marie era sagrada y leal
Él siempre fue muy consciente de aquel desaire, pero esa humildad a la que me refería al principio fue su arma para seguir adelante y jamás, jamás, dar ni un escándalo y ni siquiera una mala contestación. Él amaba la radio porque la radio era el mundo de aquella mujer que, además de esposa, era y es su ídolo; y con eso basta.
Sinceramente (lo dije abiertamente durante muchos años), si yo hubiese sido empresario este hombre hubiese sido el primer trabajador que entrase en nómina, sin necesidad de CV. Era suficiente conocer su capacidad de trabajo, su amor y esa habilidad extraordinaria de apuntarlo todo tan minuciosamente -siempre aprovechando papel ya utilizado- que asombraba.
Hace muy pocos días volví a verlo. Es verdad que la vida va poniendo barreras a lo largo del camino, pero también se van abriendo nuevos senderos. Jean Marie Nollet anda descubriendo ahora otros paisajes, otros recuerdos, otros motivos para sonreír... pero no ha perdido ni un ápice de su sonrisa y, ni mucho menos, la sensación de estar mirando al cielo para señalar un nuevo avión.
Los aviones siguen pasando Jean Marie, porque tú estás ahí para verlos y sentirlos.
Por Fermín Anguita (enero 2021). Foto del autor
¡Gracias por sus palabras!
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