Foto: Niek Verlaan |
Ni siquiera el café de diez minutos después. Apenas sentado en un taburete encaramado al frío de un atardecer granadino me enfrenté a la segunda y tal vez más violenta sensación. Sin percibirlo un instante antes, un señor de mediana edad se plantó ante mí para dar lustre a mis botas. Se que de niño me prometí algo que he cumplido a pie juntillas... que jamás nadie se agacharía ante mí a limpiar mis zapatos!. Ni por profesión ni por devoción. Tal fue el arrebato de cólera interior que me retiré bruscamente y no di oportunidad alguna al hombre. También le arrebaté la posibilidad de los cinco o diez euros. Esta vez no me sentí mal, no. Fue peor. Creí, por un instante, que estaba contribuyendo decisivamente al agravamiento de la angustia de una persona.
Pero es que realmente estamos continuamente arrebatando oportunidades en tiempo de las no oportunidades. La crisis nos ha parapetado en una insólita situación de rubor propio cuando nuestras necesidades básicas están satisfechas frente a la penuria ajena... Si tenemos algo callamos, si no lo tenemos callamos más. Y una tarde de invierno, cuando una abuela te pide 'algo' sigues andando, cabreado contigo mismo y acordándote con rabia de aquella escena de 'La Colmena' en la que la mujer, un tanto ajada, dice que no tiene apetito cuando en realidad lo que no tiene es un puto duro para pagarse un café.
Y así me dejé Granada, nublada y triste.
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