Eva Juárez. Atardecer en la costa de Granada y Málaga |
No
hace mucho -contaba su familia- que decidieron volver a ver una ‘vieja’
cinta de video en la que aquel hombretón parecía haber vivido en
otro siglo, pues la imagen se va desvirtuando e incluso que diríamos
‘amarilleando’ por mor de la imperfección analógica. Esa
grabación es de principios de los 90, pero cualquiera diría que
aquellas risas y brindis pertenecieron a algún festín familiar
celebrado más de veinte años atrás.
Cuanta
lejanía y cuanta distancia se va imponiendo sobre aquellos que una
vez fueron y que ahora viven en nuestros sueños.
El
otoño inminente, tan dado a las melancolías y reflexiones
existenciales, nos regala sin embargo un precioso y cautivador
mensaje, el de los atardeceres eternos y dorados; patrimonio
exclusivo de una estación denostada por triste pero que bien podía
servirnos a todos como el momento más idóneo del año para tomar
impulso y darle a nuestras existencias el empujoncito del que todos
carecemos.
El
otoño es como una vida que se extingue lenta y cariñosamente, es
como un enfermo que expira en el regazo de los suyos; es como esas
muertes a las que en soledad replicas con una sonrisa profunda
agradeciendo en el alma el haber conocido a esa persona que se ha
ido, la gratitud de haber compartido con ella pequeños y valiosos
momentos.
A
veces es imposible llorar por culpa de la muerte.
Hoy
contaban… “ha muerto ese hombre que venía tanto por aquí”.
Hice esfuerzos por recordarlo pero me fue imposible; sin embargo
pensé en los suyos y en el hueco sin corazón de un adiós
precipitado. Deseé que hubiese sonrisas que acompañasen su
entierro, sonrisas de gratitud y felicidad.
Hace
años me escandalizaba lo liviano de algunas despedidas, las
costumbres de fiesta y risas de algunos funerales de otras culturas;
pero cada vez las comprendo más y las comparto y todo ello
debatiéndome interiormente entre el dolor que con dramática
frecuencia acompaña el último tránsito y la necesaria fuerza vital
que un ser querido siempre transmitirá por muchos años que hayan
pasado desde que marchó a cultivar surcos de plata.
Convencido
de esto… no son las fotos ni las cintas de video las que
‘amarillean’; ni parecen añejos nuestros muertos, no. Se
avejenta nuestra realidad pues el recuerdo y el cariño no admiten
grados de deterioro, pueden surgir con una fuerza brutal en cualquier
instante de nuestras vidas, con sus colores auténticos y originales.
Cualquier madrugada te despiertas emocionado percibiendo el olor a
colonia de flores de tu abuela o a aquel amigo, a aquel
amigo…¡joder!, dandote una colosal palmada en la espalda. A pesar
de esa prolongada distancia que ya os separa de los vuestros
sonreiréis profundamente, como una respiración a cielo abierto
Algo
así está pasando estos días, justo cuando languidece el verano y
los horizontes se vuelven increíblemente bellos. ¿No os dais cuenta
de que el otoño os está invitando a VIVIR?
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