El
ejercer dignamente el cometido de ‘responsable de comunicación y prensa’ lejos
de ser un puesto de retaguardia de la profesión periodística ha terminado por
convertirse en un bastión donde el profesional tiene, a diario, la
responsabilidad extrema de medirse a sí mismo y capitanear sin escorarse un
complicado navío que surca dos aguas encontradas: una corriente fuerte, la del
propio fin ideológico/empresarial o social del ente al que se debe laboralmente
y, de otro, la confluencia bajo las aguas de otra mucho más potente: la
ecuanimidad, la integridad, la clarividencia y –sobre todo, sobre todo- la
humildad del comunicador.
Un
gabinete de comunicación y/o prensa obliga a deberse; pero hasta en esto impera
el límite que marca el propio profesional cuyo acertado posicionamiento (desde
el principio) ha de ser no solo tolerado sino aceptado por la institución o
empresa donde este presta sus servicios. En las paginas digitales, radiofónicas,
televisivas, impresas, etc. se vierten a diario mil y un mensajes de los que
buena parte proceden de estos gabinetes; desafortunadamente anónimos pues en
muchos casos oscurecen la labor de auténticos ejemplos de grandeza profesional;
en otros muchísimos, sin embargo, tal anonimato les viene a hacer un grandisimo
favor máxime en aquellos casos en que se confunde trabajo con servilismo y
creatividad periodística con la adulación barata del político o empresario de
turno.
Confieso
que se me hunden las tripas cada vez que una nota de prensa –la última, de una
Diputación Provincial que no viene al caso ‘distinguir’- se muestra como un
panegírico de exaltación de cualidades políticas, se enmascara la realidad y se
intenta vender la mentira más descabellada como una verdad transparente. Y digo
se me hunden las tripas por que adivino al periodista tragándose su propia
entereza y sucumbiendo, simple y llanamente, a la dictadura de un empleo que –más
en esta profesión- pende de un hilo.
Hay
notas de prensa que destilan un esfuerzo bien hilvanado por contar la verdad
institucional o empresarial, pero construida y transmitida con equilibrio, con
elegancia, sin complacencia y mucho menos prepotencia. Otras, sin embargo, son
meros panfletos que no se los cree ni la criatura que los escribe… Y, por
supuesto, mucho menos el receptor.
Quienes
conocemos y vivimos de la comunicación sectorial, comunicación empresarial en
este caso, somos plenamente conscientes de los riesgos que asumimos; pero nos
envalentona el hecho de confiar plenamente en nuestro sentido común, en la
amplitud de miras y el no sentirnos jamás vasallos de nadie ni de nada. Hay que
ser valiente y burro, sí. Pecar de todo cuanto se puede pecar pues para
mantener la dignidad es necesario –en muchas ocasiones- granjearse todos los
enemigos del mundo. Yo me los busqué, me los busco sin querer y me honro de
ello… pero por eso mismo jamás me podrá echar nadie en cara haberme vendido
nunca, ni siquiera en los muy duros años de andadura de los primeros medios de
comunicación municipales, aquellos en los que además del trabajo muchas veces
ingrato (pero precioso) de tenernos que buscar diariamente noticias donde no
había nada de nada, teníamos que lidiar con políticos que –en esa época-
descubrieron lo erótico y embriagador que les suponía el intentar manipular y
corromper, también diariamente, a profesionales que gracias a esta presión se
curtieron y aprendieron a que nadie les tomara jamás el pelo. Yo conocí a
muchos de esos políticos, hoy defenestrados y hundidos en despachos olvidados…
Hasta tengo que darles las gracias pues gracias a ellos tengo estas espaldas
tan anchas.
Nadie
vea, pues, acritud. Sino satisfacción. Pienso en tantos compañer@s en gabinetes
de prensa, en departamentos de comunicación, y los imagino inquietos,
satisfechos con su trabajo y a veces muy indignados con cuanto tienen alrededor
y se ven impelidos a transmitir siempre bajo el prisma valiente de su
profesionalidad. Conozco a muchos y muchas en ayuntamientos, empresas,
instituciones. Algun@s, de verdad, deberían dedicarse a hacer croché o vender
chumbos. Otr@s son un ejemplo a seguir y sobrevivirán siempre en el difícil,
ingrato, a veces inhumano y casi siempre bellisimo oficio de comunicar.
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