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Foto: Sandra Barrionuevo |
Hace un par de años; un conocido -a
punto de jubilarse- se negó amablemente a aparecer en un reportaje
que consagraría su viejo negocio, a punto de extinguirse, en los
anales de la intra-historia local. Su justificación fue tan simple
como graciosa y elocuente: “a mi es que no me gusta salir en los
periódicos”... y lo dijo con la rotundidad de quien está tan
acostumbrado a aparecer en prensa que ya manifiesta un evidente
hastío de ella. Pero no, el hombre es de esos millones cuyo nombre y
obras no es conocido más allá de su entorno familiar o del bloque
de pisos donde ha vivido siempre y, desde luego, jamás había
aparecido ni aparecerá en ningún medio de provincias..
Es una persona del montón, de ese
montón del que forman parte millones de ciudadanos anónimos.
Por otro lado, es demoledor comprobar
que si a la existencia real unimos la existencia digital, se
comprueba con cierto horror el hecho de que quienes no aparecen en el
buscador de Google -aunque solo sea por una multa de tráfico vencida
y publicada en el BOP-, simplemente parecen no haber dejado huella en
este mundo.
Triste, pero cierto.
A quienes navegamos, a diario, en medio
de la cosa pública (entendida esta como trabajo en el ámbito de la
comunicación) nos resulta de lo más normal ese protagonismo
desmedido de muchos personajes que, en muchos casos, no atesoran más
virtudes que las derivadas de un puesto o responsabilidad efímera.
Pero, al margen de ellos y en paralelo a ellos, la vida sigue.
Recuerdo, en cierta ocasión, como a mi
propio suegro le recogieron sus impresiones sobre su barrio para el
periódico Ideal de Granada. Fue la única vez en su vida que su
nombre aparecería publicado en un medio y gracias a la cual él
tendría ese mal llamado “minuto de gloria” que, siempre, hemos
dicho que todos los ciudadanos deberían tener.
Un solo minuto de gloria después de
una vida entera construyendo, a destajo, el futuro de los suyos.
Pero, comentada con gracia la anécdota
en familia, rápidamente me cuestioné muy en serio la frugalidad del
hecho y me pregunté el ¿por qué? Las personas sencillas y
honestas, aquellas que han sido capaces de dedicar su vida a sacar
adelante una familia y a hacer posible un auténtico proyecto de vida
de los suyos, a trabajar más allá de los límites naturales para
que se cumplan los sueños de sus hijos, a querer sin más
contraprestación que el cariño y el abrazo... a rubricar con la
historia anónima el compromiso de la dignidad humana... ¿por qué
su recuerdo y su constancia pasan de puntillas a la posteridad?.
Sería pura demagogia reivindicar el
protagonismo mediático de millones de españolitos que, simplemente,
aprobaron con sobresaliente la asignatura de la vida; pero que se
quedaron sin aparecer en la orla de fin de promoción. No voy por
ahí, sino más bien por romper una lanza y estrellarla contra la
falsa escala de valores que preside nuestra percepción de la gente
guapa, reconocida y pública. Enseñar, quizá, que el mejor de los
méritos posibles es pasar por este mundo sin hacer ruido. Aquellos
que hacen demasiado son como las grandes carcasas de los fuegos
artificiales; los que cumplen con el destino en silencio son como un
débil suspiro que se cuela dentro de quienes los rodean... a estos
nunca les reservarán los primeros asientos en nada, ni les invitarán
a grandes eventos o recepciones.
A diario veo muchos de esos “que no
quieren salir en los periódicos”. Trabajando en el taller,
repartiendo, dando clase, en la obra, vendiendo, barriendo en la
calle, en el despacho... al término de sus días no habrán dado
jamás ni un titular y ni siquiera un breve de página cuatro; pero
su legado personal habrá servido para ejemplarizar a una sociedad
que, si no se ha venido abajo ya, es precisamente por la existencia
de personas como ellas en todas las épocas posibles y más en un
mundo en el que, como el actual, solo premia a quienes no han hecho
absolutamente nada.
Seguro que tú, amigo o amiga, estás
reconociendo a tu propio padre; a tu hermano, a un familiar que murió
hace años o a tu vecino. Esos mismos que comentan, se sorprenden o
incluso se alegran o alegraron cuando leyeron en algún deportivo la
proeza de algún futbolista, sin darse cuenta que el mérito de que
nuestra actual generación lo tienen precisamente
ellos, porque nos dieron educación, comida y... sobre todo, mucho
cariño. Ellos fueron y serán nuestros héroes cercanos.
Y si por un lado me entristece saber
que es difícil, muy difícil, inculcarle esto a nuestros propios
hijos, me consuela saber que a estos les llegará el momento en que
lo comprenderán.
P.D. - Dedicado a todos vuestros seres
anónimos que os dieron la llave de vuestra propia dignidad.
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