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De antemano, no voy a enumerar la
inexplicable e injustificable maraña administrativa que, año tras año,
perjudica de manera muy dolorosa a los estudiantes becarios y a sus familias. Si
tuviese que relatar una mínima parte de lo que uno lee en las redes sociales,
en su inmensa mayoría casos de absoluta indignación y desesperación,
necesitaría publicar un memorándum que pondría rojo de vergüenza al Estado
Español ante el resto de una Europa que nos aventaja siglos en materia de
educación y apoyo a sus ciudadanos.
Pero aquí no. Bien al contrario.
En pleno mes de febrero, MEC y Junta de Andalucía, tanto monta monta tanto
(cito Andalucía porque es la que a algunos nos ha tocado sufrir, pero esto lo
podemos extrapolar a otros muchos territorios, porque lo que están haciendo con Cataluña parece un castigo en toda regla) llevan años envueltos
en un peloteo de incompetencias que, en el presente curso, ha alcanzado la
categoría de esperpento del que, una vez más (y van mil) solo hay unos claros
perjudicados: nuestros hijos.
¿Cómo se puede consentir que a
estas alturas de curso aún no se tenga ni la más remota idea de qué va a
ocurrir con las becas del presente curso? ¿Son conscientes en el Ministerio y
en la Junta qué la inmensa mayoría de las familias solo disponen de ese recurso
para que sus hijos puedan cursar estudios superiores? ¿Hasta cuándo van a
seguir dando la espalda a la terrible situación económica de cientos, cientos y
cientos de hogares andaluces?
La incertidumbre y, lo que es
peor, la angustia de miles de familias ante las respuestas ambiguas, las
dilaciones y el pamplineo de una administración insensible comienzan a tener el
efecto que, parece, quieren nuestros políticos: que a los estudiantes
desplazados a las capitales para cursar sus estudios universitarios se les
comiencen a acumular los pagos del alquiler y tengan que sacar sus asignaturas
sabiendo (y sufriendo) que sus padres o no pueden estirar más los ingresos
familiares o carecen totalmente de recursos, a la vez que están manteniendo a
sus hijos fuera a base de pedir dinero prestado.
Además, algo que nos hierve el
alma es que un privilegiado sector de la población parezca estar negando el
derecho de los becarios a solicitar la ayuda estatal-autonómica para estudiar.
Esto, que en cualquier parte del mundo civilizado es una condición general del
sistema educativo, en España se intenta al máximo que parezca una limosna, una
dádiva del papá Estado ante el que hay que aguantarse el tiempo que sea en su
demora, en su resolución y en su concesión. No me entra en la cabeza que el
Estado y las Comunidades Autónomas nos terminen haciendo creer que la concesión
de becas es un acto de caridad condescendiente, cuando lo único cierto es que
la carrera universitaria o los estudios en general de un joven no solo le
beneficiarán a él, a futuro, sino que revertirán en su propio país, en su
comunidad, a la que aportarán su conocimiento, profesión y (¡no lo olviden!)
cotización. Con la concesión de las becas, el Estado y las CCAA están
realizando una increíble inversión a medio y largo plazo que ahora, por mor de
una clase política sin la más mínima empatía social ni capacidad previsora, le
están renqueando y escatimando a toda una generación.
Mientras, una legión de familias
echan cuentas en febrero y se les coge un nudo en el estómago porque saben que
los trescientos, cuatrocientos euros (o lo que sea) que son necesarios cada mes
para la manutención, alojamiento y coste elevadísimo (que esa es otra) de los
estudios en España, han consumido ya el escaso ahorro del hogar y que a partir
de marzo tendrá que pagar el Ángel de la Guarda. Porque este país es tan gracioso que las
becas en general y las más necesarias para las familias sin recursos en
particular, se pagan a final de curso. Todo muy, muy legal, sí…. Pero una
indecencia como una catedral.
¿A qué os hace gracia?
De las becas para niños con necesidades
especiales ni os cuento; los desfases en este último caso son demenciales, las
exigencias de documentación poco menos que kafkianas y el asunto roza la
inmoralidad más absoluta pese a que, como he dicho antes, tenemos que
aguantarnos ya que todo es “legal”, absolutamente “legal”. ¡Faltaría más!. Pero
la legalidad, en lo que estamos hablando aquí, no significa necesariamente ni
ético, ni moral, ni…. humano.
Hace unos días leí algo desgarrador.
Una joven, angustiada, pedía consejo en las redes sociales. Hija de una madre
soltera en paro y sin la más mínima posibilidad de seguir pagando el piso en
alquiler donde vive, con lo justo y con lo mínimo, para estudiar una carrera
fuera de su pueblo, lanzaba una petición de ayuda. Así, con su nombre, dando la
cara y a la vez una lección de dignidad que bien deberían aprender quienes
gestionan la cosa pública y que no se sonrojan aunque haya padres que estén
totalmente desmoralizados, por no decir humillados ante lo que tendrán que
decirles a los estudiantes cuando no haya un euro más. No hacía falta ser muy
listo para entender que la joven tiene que estar metida entre libros con esa
preocupación terrible e injusta sobre sus hombros. ¡Ah!, ¿Qué por ser pobre no
tiene derecho a estudiar? Lo reitero, estamos hablando de un DERECHO no de un
capricho de las clases normales y corrientes, aquellas que el aparato estatal y
autonómico, mal conducido políticamente, están destruyendo desde hace varios
años, sin misericordia ni el más mínimo sonrojo. ¿De verdad pretenden situar a
este país en cabeza y vanguardia de Europa tratando a los estudiantes como
miserables y apesebrados?
Recuerdo algo que leí en mi
pueblo. Cuando en los años 60 del siglo XX se anunció la puesta en marcha del
Instituto Laboral, los “señoricos” de la zona se levantaron casi en armas y
amenazaron con boicotear las nuevas enseñanzas. “Si estos burros analfabetos
van al instituto y estudian, ¿quién nos va a labrar los campos a nosotros?”.
Pues eso mismo creo yo que se deben estar preguntando el MEC, la Junta y la
madre que los mal ampara a los dos.
¿Aburrir?
Lo que no podemos pretender, es
que la clase política inepta (totalmente de espaldas al pueblo) que nos gobierna
a nivel central y autonómico, bajo distintos signos políticos y con el incomprensible
silencio cómplice de toda la oposición en bloque, entienda el temor, la
inquietud, el miedo y la impotencia de las familias. Nunca nos van a entender
ni a comprender. Quienes no se han visto nunca un solo mes sin un puto duro
para pagar lo más elemental de su hogar, de sus vidas, de sus hijos, jamás
entenderán que haya familias en este país, en esta Andalucía del “tú y tú y tú”
que no haya noche que no se sienten y se pregunten: ¿qué podemos hacer más?
Créanme señorías, hay padres que se han llegado a plantear lo que ninguno de
ustedes se podrá imaginar jamás para estirar el presupuesto familiar… pero ni
imaginar, pero que ni imaginar….
Aburrir a los estudiantes
presentes y futuros, a sus familias y a la sociedad en general garantiza la
pervivencia de las masas incultas, dóciles y manejables. Verán como los hijos
ministros, consejeros, etc, etc. no
tienen el problema que está hirviendo las entrañas de buena parte de la
sociedad española y andaluza, que está permanentemente obligada a pasar el día
rebanándose los sesos para ver cómo pagar las facturas de los gastos más
elementales. Luego van algunos políticos andaluces (sí, quienes están pensando
ustedes) y, seguro, que se molestan porque una chirigota del carnaval le cante
las cuarenta… tiene suerte de que muchos, muchísimos padres y madres no se
tiren a la calle y hagan que todo esto reviente de mala manera. Porque, lo
peor, es que todos seguimos creyendo en el sistema, ya que a nuestra generación
nos enseñaron a vivir y creer en la democracia, a respetar, a conseguir las
cosas por la vía del diálogo y a no tener que tirarnos a la calle para lo más
elemental, incluso para reivindicar los derechos más básicos, lógicos y que debieran llegar por sí solos,
sin tener que tirarnos meses peleándonos con el aparato sordo de la burocracia
española en general y andaluza, en particular. ¡Qué ilusos somos!
Y, como padres, nos vamos a
seguir negando con fuerza y dignidad a que intenten arrebatar a nuestros hijos
el futuro que se merecen en un país, en una comunidad autónoma, donde sus
padres se han dejado, literalmente, los cuernos trabajando.
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