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¿Quien se anima? |
Mi amigo @RojasLahoz, que
es un lince, me dijo una vez: “cuando está meando, el hombre es el
ser más indefenso del mundo”. Es cierto, sonados crímenes de la
historia de la humanidad se han producido en ese momento. De hecho,
la reacción natural de un hombre, en plena larga y cálida meada, es
la de proteger instantáneamente su miembro, dejando totalmente
vulnerable la espalda y el resto del cuerpo. Es el instinto de
protección de la especie.
Me vino el asunto a la
cabeza durante los dos o tres minutos que pasé deliberando si
utilizaba o no los extraños cubículos de la fotografía. No sería
por ganas, que las había (y muchas, después de unas cuantas horas
de mesas redondas) sino porque me quedé, literalmente, pasmado.
Mi primera reacción fue
el sonrojo. Si el autor de tamaña obra mingitoria probó antes las
medidas, colocando los meaderos a una altura lógica, he de entender
o bien que el hombre “calza” 50 centímetros de rabete o que su
altura total no pasa del metro veinte; porque descarto que fuese un
niño el que diseñase e instalase los evacuadores masculinos.
Solventado el problema de
la altitud, uno piensa que orinando con cierta puntería desde mi
altura más o menos normal (1,76) la cosa está resuelta; pero no.
Quedaba la cuestión de la pudorosa compostura que uno debe mantener
mientras suelta el chorrillo. No es para menos, los urinarios no solo
son extrañamente bajos, sino que su moderno diseño los ha dejado
desnudos de orejeras “tapa vistas”, con lo que al riesgo de la
salpicaduras desde la posición elevada se une el del espectáculo
gratuito que me vería obligado a ofrecer al resto de inoportunos
usuarios del servicio.
Ciertamente, cuando
cualquiera de nosotros utiliza uno de estos adosados, se siente
seguro y fuera de miradas de quienes, a lado y lado, hacen
exactamente lo mismo. Pero sin protección visual confieso que me
entró el pánico escénico y ya imaginaba un hipotético momento en
el que, en plena faena, entrasen dos o tres ponentes encorbatados y
me pillasen con todo el pantalón abierto, los ojos cerrados y
apretados e intentando que no se me cortase la meada por culpa de la
vergüenza. Y, encima, luego viene el espinoso asunto de las
comparaciones... ¡yaaa!... digáis lo que digáis aunque sea sin
querer todo el mundo mira, porque es imposible volverte ciego en un
váter público.
No es lo mismo, no.
Ponerte en bolas en las duchas, en el gimnasio, en la playa nudista.
Eso da igual, pero que te observen (aunque sea de soslayo) meando es
como una afrenta a nuestra dignidad. ¿O no?. El último reducto de
la intimidad masculina no puede verse mancillado porque a quien
diseñó este wc se le antojase más mono poner los urinarios tan
bajos y sin al menos unas cortinillas para separalos.
Abrí bien los oídos y
al no escuchar pasos en el pasillo pensé en arriesgarme. Total, dos
cafés y un zumo darían para un minutillo y recomponerme rápidamente
bragueta de cinco botones, cinturón y camisa. ¿Pero y si llegaba
alguien corriendo? ¡Ojú!
Me acordé entonces de
aquella cámara indiscreta en un urinario público de Madrid, donde
metieron un león de verdad y me di cuenta de que mear en público, a
pelo, es como un poquillo complicado. También me acordé de que en
la feria de Granada tuve que entrar en los servicios de la caseta
municipal, en plena madrugada, y me encontré una pared lisa con un
canalillo de agua corriendo por abajo (como en los cuarteles) y allí
sí que había que mear a pito descubierto y escoltado por otros
quince o veinte caños provenientes de barrigas hartas de copas. Pero
a esas horas todo daba igual.
Para más colmo, inmerso
en un evento repleto de personalidades, me entró el temor de que a
mi vera llegase algún concejal de la zona, nos viésemos los dos en
tan poca glamurosa acción, y terminase el asunto en un comentario
mal gracioso en Facebook. No me fuera a pasar como aquel que meaba,
también en un servicio público de Madrid, y se le colocó al lado
el mismísimo alcalde Tierno Galván... ¡y le entró en
conversación!.
También es cierto que
llegué a dudar de mi razonamiento y pensar que aquello eran
lavamanos, y que los meaderos estaban en otra sala del moderno
edificio. Pero no.
Confieso que, en un arrebato jurídico, me planteé consultar si esto estaría contraviniendo la Ley de Protección de Datos... pero dudo mucho que el aparato masculino entre en la consideración legad de "dato".
Confieso que, en un arrebato jurídico, me planteé consultar si esto estaría contraviniendo la Ley de Protección de Datos... pero dudo mucho que el aparato masculino entre en la consideración legad de "dato".
Total, que descarté esa
especie de hornacinas siderales y entré en uno de los cuartillos
aunque dejando la puerta abierta; para que si entrase alguien se
diese perfecta cuenta de que uno no tiene por costumbre ir enseñando
la minga a diestro y siniestro. ¡Faltaría más!.
Eso sí, lo más cruel de
todo esto es que muchos hemos pasado por este lugar y luego nos
callamos como zorros y no lo comentamos... o a ver si es que son
imaginaciones mías, pero estoy seguro que no. Por eso hice la foto.
¡Ah!. La ristra de
inmaculados y porcelánicos mingitorios está en los servicios de la
primera planta del Centro de Desarrollo Turístico de Motril
(Granada), por si vais, los utilizáis y de camino os ven.
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