¿El cielo de los angelitos?

Simon /Pixabay
En el antiguo COU nos encomendaron la lectura de San Manuel Bueno, mártir. La obra, escrita por Miguel de Unamuno en los albores de la década de 1930, es un compendio de sentimientos encontrados, encontradísimos y  enfrentados; Pero voy a lo que voy. Bajo la bondad del cura D. Manuel se esconde una tremenda lucha interior que se puede condensar en esta frase: "Que se sueñen inmortales” (dirigida, de manera íntima, a sus fieles) frase que podría desencadenar un debate teológico que ahora no viene a colación, pero que me lleva a introducir mi reflexión, porque el sacerdote expresaba abiertamente cuestiones que a muchos les pueden chirriar por sus convicciones religiosas… de hecho, D. Manuel estimaba como una de las mayores blasfemias aquello de: "¡Teta y gloria!", y lo otro de: "Angelitos al cielo". Le conmovía profundamente la muerte de los niños.
A cualquiera de nosotros, con un mínimo de corazón, nos conmueve profundamente la muerte de los niños. Y no, no es cierto lo que dicen quienes hoy están azuzando por las redes sociales en relación a que “hay niños de primera y segunda clase”. Me parece horrible esa apreciación. Yo hablo por mí. Niños ahogados y arrojados a la playa por las olas; niños asesinados a miles por los nazis; niños muertos de hambre, a millones, en África; niños desaparecidos… todos esas tragedias nos provocan un terror interior que solo entenderéis en toda su dimensión si sois padres.
Pensaba en la contradicción del personaje de Unamuno porque, durante 12 días, todos hemos sido presas fáciles de una contradicción similar.
Cuando ocurrió la terrible desgracia nos metimos en la piel de los padres, pero también en la del pequeño. Confieso que intentaba eludir el pensamiento cada vez que imaginaba el horror del accidente, el miedo del pequeño y lo que es peor… su soledad. Una mente de dos años intentando llamar a mamá y a papá en medio de la oscuridad más absoluta desde el fondo de un agujero infinito y espantoso.
Fijaos que, desde el principio y aún a sabiendas de la profundidad y de la estrechez del mismo, todos dimos por hecho que el pequeño vivía. Lo dimos por hecho porque frente a la racionalidad objetiva pura y dura surge (y hace frente) la razón del alma. Esta última se aferra a lo imposible a través de su arma más eficaz y anestésica: la esperanza. Y con esa esperanza hemos seguido por tv, por las redes, por todos lados... la agónica y feroz lucha llevada a cabo por TODOS los héroes anónimos que han hecho posible una gesta humana sin precedentes.
Los metro a metro del final fueron… ¿cómo explicarlo?... una cuenta atrás en nuestros propios sentimientos, totalmente embargados por esa racionalidad irracional del alma, que incluso nos hacía imaginar un llanto al otro lado de la pared de piedra, mientras los héroes subterráneos llegaban hasta él y culminaba un rescate feliz. No importaba que hubiesen pasado doce días, ni que hubiese caído más de setenta metros. No. Cualquier apreciación nos llevaba, nuevamente, a la esperanza. Pero el final lo ganó la realidad más fría que justifica plenamente a la razón.
Esta mañana, recordé la frase del cura de un pueblo imaginario, que rechazaba con vehemencia esa frase de “angelitos al cielo”, un epitafio que –confieso- jamás me ha gustado porque no lo concibo más que un paño caliente con el que cubrir un hecho espantoso, deshumanizado y cruel. Que cada cual guarde y defienda sus convicciones religiosas y su fe. Las mías tienen fallas insalvables en la comprensión de hechos como los que hemos vivido hoy, totalmente consternados. Nada justifica la muerte de los niños, nada y espero, de corazón, que los angelitos no se tengan "que ir al cielo” simplemente por nuestro capricho, imprudencia, crueldad y pensamientos. ¿Qué más cielo que el regazo de sus padres y una vida feliz por delante? Lo siento… no puedo imaginar otro cielo distinto y mejor, sobre todo si -como D. Manuel- te cuestionas el basamento mismo de tu fe personal . De verdad, lo digo de corazón y tremendamente confuso y cabreado, sin ganas de entrar a debatir nada de esto.
Descansa en paz en lo más profundo de quienes tuvieron la suerte de abrazarte y que todos estos puedan, algún día, alcanzar el consuelo que merecen.

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