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Foto: Shlomaster |
Una vez pudo escuchar el comentario desde la antesala de uno de los (tal vez) mil despachos que lleva ya recorridos:
- “Ahí viene, otra vez, la loca esta”
Pero la “loca esta”
entró, se sentó, y con toda la dignidad de la que carecía aquel
delegado de educación volvió a exponerle lo que ya llevaba contado
en tantos y tantos despachos iguales, anodinos y deshumanizados.
Salió de aquella
reunión, como de tantas otras, sin la más mínima esperanza.
Sabiendo que cada minuto gastado era un minuto robado a aquel niño
que ya rondaba los cuatro años y que las únicas veces que asomaba
la cabeza fuera de su mundo interior era porque la loca sabía
siempre cómo activar aquel misterioso resorte.
Pero cada uno de esos
inútiles minutos perdidos era como la gota de agua que cae siempre
sobre el mismo lugar de la roca. Al final irá haciendo mella.
Es cierto que ella
necesitaba ayuda. Mucha ayuda. Y era plenamente consciente de que
habría cientos de otras locas luchando, de manera anónima, por
destrozar aquel muro de incomprensión social empeñado en hacer
invisibles a niños como el suyo. Esa legión de niños invisibles
que nunca son invitados a cumpleaños o mirados con brutal
condescendencia por otros padres que respiran aliviados porque a
ellos “no les ha tocado”. Esos mundillos aparte que orbitan en
torno al resto, contemplativos y sin cruzarse… pero que en sus
silencios y aparente alejamiento anidaba una inmensa necesidad de ser
escuchados…
Con el paso del tiempo no
hubo despacho ni consulta en el que no conociesen a una madre que
terminó por especializarse en el mundo interior de su hijo. Tanto
que comenzaría a ser invitada a dar charlas y ponencias. Se
especializó en la vida de su vida.
Una vez, como
conferenciante, fue presentada por aquel tipejo que años antes dijo:
- “Ahí viene, otra vez, la loca esta”
Pero, esta vez, hubo de
rendirse al valor y la constancia de una mujer que jamás se amilanó
ni por los portazos de las instituciones ni por los desaires de su
propio entorno social. Ella seguía sumando kilómetros en su lenta
pero eficaz romería por el camino de lo ¿imposible? Ya habían
pasado veintidós años entregados a la causa de aquel niño, ya
hombre, al que quería con absoluta e incondicional locura.
El tiempo había pasado
tan rápido que jamás se paró a pensar, ni a lamentarse. Sólo
había que seguir, seguir y seguir. Siempre supo que lo conseguiría
y el mismo día que su hijo subió al estrado para recoger su
credencial universitaria tuvo la total certeza de que el niño nunca
había sido “diferente”, sino que diferentes eran aquellos
empeñados en hacerlos ver como tales, aquellos como tantos cretinos
que antaño llamaban tonto y retrasado al mismo joven que no solo
alcanzaría, sino que superaría todas las metas académicas y
personales. ¿Os suena esto?
Pero ella, volcada y
dedicada en él desde el punto y hora en que lo cogió por primera
vez en sus brazos y que, muy pronto, tuvo la tremenda certeza de que
algo no iba bien… ella le plantó cara a la vida. No llegó a
pararse nunca a pensar en sí misma. Y si la llamaron loca, pesada o
charlatana lo fue porque tenía que serlo y porque había una VIDA
que tenía todo el derecho del universo a expandirse, progresar y ser
feliz.
Aquel niño, al que todos
daban de lado, lo sabe perfectamente cada vez que abraza a su madre.
Ahora él ha tomado el testigo de la lucha contra sus propias
incursiones en su mundo interior; las afronta y las supera. Tiene
ahora un arma muy potente y universal para levantarse fuerte ante
cada caída: la fe que aquella loca le enseñó a tener en sí mismo,
los recursos personales obtenidos detrás de las mil puertas que hubo
de tocar esa roca de mujer, los años sin dormir de quien tuvo muy
claro que su hijo no estaba destinado a vivir en la soledad de sí
mismo; porque si hay algo que puede con todo, con absolutamente todo,
ese algo es el amor. ¿O no?
DEDICATORIA: Dedicado a
las muchas madres locas que conozco, porque conozco muchas. Madres
cuyo proyecto de vida fue y es su otra vida, por la que han luchado.
Madres que todas las veces que se vinieron abajo lo afrontaron sin
decir nada a nadie. Madres que jamás tendrán el más mínimo
reconocimiento (ni, desde luego, ellas lo esperan). Locas, muy locas,
sí. Y yo espero que, de verdad, alguna vez esta sociedad tome
consciencia de que, sin ellas, hace mucho tiempo que este mundo se
hubiera ido al carajo.
P.D. Este escrito está
basado en experiencias reales y cercanas. He desdibujado los hechos,
pero la esencia es la que es y será siempre, gracias a ellas.
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