Las madres locas

Foto: Shlomaster

Ella nunca había oído hablar de la “detección precoz”. Hace treinta y pico años había pocas puertas a las que llamar y supo, desde el primer segundo de aquella nueva vida que iba a transformar su vida, que jamás se iba a dar por vencida y que, en su guerra particular, no habría más soldado que ella misma… eso sí, lo que no pudo imaginar es que cada una de los cientos de batallas que iba a comenzar a librar no solo no la desgastarían, sino que la irían recreciendo de adentro hacia afuera.

Una vez pudo escuchar el comentario desde la antesala de uno de los (tal vez) mil despachos que lleva ya recorridos:
  • “Ahí viene, otra vez, la loca esta”
Pero la “loca esta” entró, se sentó, y con toda la dignidad de la que carecía aquel delegado de educación volvió a exponerle lo que ya llevaba contado en tantos y tantos despachos iguales, anodinos y deshumanizados.
Salió de aquella reunión, como de tantas otras, sin la más mínima esperanza. Sabiendo que cada minuto gastado era un minuto robado a aquel niño que ya rondaba los cuatro años y que las únicas veces que asomaba la cabeza fuera de su mundo interior era porque la loca sabía siempre cómo activar aquel misterioso resorte.
Pero cada uno de esos inútiles minutos perdidos era como la gota de agua que cae siempre sobre el mismo lugar de la roca. Al final irá haciendo mella.
Es cierto que ella necesitaba ayuda. Mucha ayuda. Y era plenamente consciente de que habría cientos de otras locas luchando, de manera anónima, por destrozar aquel muro de incomprensión social empeñado en hacer invisibles a niños como el suyo. Esa legión de niños invisibles que nunca son invitados a cumpleaños o mirados con brutal condescendencia por otros padres que respiran aliviados porque a ellos “no les ha tocado”. Esos mundillos aparte que orbitan en torno al resto, contemplativos y sin cruzarse… pero que en sus silencios y aparente alejamiento anidaba una inmensa necesidad de ser escuchados…
Con el paso del tiempo no hubo despacho ni consulta en el que no conociesen a una madre que terminó por especializarse en el mundo interior de su hijo. Tanto que comenzaría a ser invitada a dar charlas y ponencias. Se especializó en la vida de su vida.
Una vez, como conferenciante, fue presentada por aquel tipejo que años antes dijo:
  • “Ahí viene, otra vez, la loca esta”
Pero, esta vez, hubo de rendirse al valor y la constancia de una mujer que jamás se amilanó ni por los portazos de las instituciones ni por los desaires de su propio entorno social. Ella seguía sumando kilómetros en su lenta pero eficaz romería por el camino de lo ¿imposible? Ya habían pasado veintidós años entregados a la causa de aquel niño, ya hombre, al que quería con absoluta e incondicional locura.
El tiempo había pasado tan rápido que jamás se paró a pensar, ni a lamentarse. Sólo había que seguir, seguir y seguir. Siempre supo que lo conseguiría y el mismo día que su hijo subió al estrado para recoger su credencial universitaria tuvo la total certeza de que el niño nunca había sido “diferente”, sino que diferentes eran aquellos empeñados en hacerlos ver como tales, aquellos como tantos cretinos que antaño llamaban tonto y retrasado al mismo joven que no solo alcanzaría, sino que superaría todas las metas académicas y personales. ¿Os suena esto?
Pero ella, volcada y dedicada en él desde el punto y hora en que lo cogió por primera vez en sus brazos y que, muy pronto, tuvo la tremenda certeza de que algo no iba bien… ella le plantó cara a la vida. No llegó a pararse nunca a pensar en sí misma. Y si la llamaron loca, pesada o charlatana lo fue porque tenía que serlo y porque había una VIDA que tenía todo el derecho del universo a expandirse, progresar y ser feliz.
Aquel niño, al que todos daban de lado, lo sabe perfectamente cada vez que abraza a su madre. Ahora él ha tomado el testigo de la lucha contra sus propias incursiones en su mundo interior; las afronta y las supera. Tiene ahora un arma muy potente y universal para levantarse fuerte ante cada caída: la fe que aquella loca le enseñó a tener en sí mismo, los recursos personales obtenidos detrás de las mil puertas que hubo de tocar esa roca de mujer, los años sin dormir de quien tuvo muy claro que su hijo no estaba destinado a vivir en la soledad de sí mismo; porque si hay algo que puede con todo, con absolutamente todo, ese algo es el amor. ¿O no?

DEDICATORIA: Dedicado a las muchas madres locas que conozco, porque conozco muchas. Madres cuyo proyecto de vida fue y es su otra vida, por la que han luchado. Madres que todas las veces que se vinieron abajo lo afrontaron sin decir nada a nadie. Madres que jamás tendrán el más mínimo reconocimiento (ni, desde luego, ellas lo esperan). Locas, muy locas, sí. Y yo espero que, de verdad, alguna vez esta sociedad tome consciencia de que, sin ellas, hace mucho tiempo que este mundo se hubiera ido al carajo.

P.D. Este escrito está basado en experiencias reales y cercanas. He desdibujado los hechos, pero la esencia es la que es y será siempre, gracias a ellas.

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