"Los alemanes me las quitan de las manos"


Reportaje publicado por autor en el diario IDEAL el 21 de agosto de 2013

Sin él la playa de Motril ni es playa ni es nada. Sin él le faltaría la gracia. Cuando el sol de la tarde aún está bien alto y le fríe a la gente las espaldas, todo el mundo está pendiente de verlo asomar con su paso tranquilo, caja al hombro, sorteando orillas, hamacas, toallas y cuerpos tostándose.

«¡Niñooo, a ver si ves al tío de las tortas!», vocifera algún bañista para que la chiquillería esté pendiente de que no pase de largo el hombre 'de la coleta', el mejor vendedor de tortas de chocolate que ha dado la intrahistoria de Motril, tan solo igualable al inimitable vendedor de pirulís de la playa, rememorado miles de veces por las generaciones que lo conocieron allá por los setenta.

Los niños le imitan, le cogen el tonillo y al mismo tiempo lo observan atónitos, pues su proclama a grito pelado de las tortas no se consigue más que poniendo un punto agudo en la entonación y dejando que la torta se haga masa en la boca, a ver: «¡tooooortas de sschocolaaaateeee!»... Y, claro, al público no se le pasa por alto el hecho de que este hombre debería salir en la tele, algo que siempre se escucha bajo las sombrillas.

Es granadino pero afincado en el barrio motrileño de Santa Adela, enjuto, gracioso y siempre feliz se llama Juan Manuel Guijarro, tiene 39 años y se hace todos los días veinte kilómetros a pie, tantos como la playa de Motril tiene ida-vuelta-ida-vuelta y así todas las tardes de un verano que están dejando a este hombre en la raspa, «yo así no engordo ni de coña», dice con razón.

Pero en esto, como en todo, el marketing playero da sus sorpresillas. «Donde más tortas se venden es desde el Nueva Ola hasta el Robinson», cuenta el vendedor quien asegura que los alemanes «me las quitan de las manos, las piden a montón, las piden dobles».

Lo de las tortas, desde luego, no da para mucho «pero se va tirando, eso sí pegándote una trabajera cada día», cuenta Juan Manuel. Él lleva ya tres veranos, incluido este, pateándose la playa cada tarde y compaginando esta labor con su trabajo en una panadería, lo que da el tiempo justo para dormir, comer y vuelta a empezar ganándose el pan con mucho sudor de su frente. «Pero lo mejor es la pila mujeres guapas que uno se encuentra por aquí... ¿ves?... ¡tooortas de sschocolaaateee!».

Empezó prácticamente en solitario y ya hay muchos hombres jóvenes como él a los que el desempleo ha llevado a ganarse el sustento a base de piernas y un calor insoportable, sonriendo siempre y haciendo felices a los demás con estos manjares. El público lo sabe y siempre es amable con sus vendedores, sabiendo que esta gente está ganándose la vida a destajo.

La playa se ensancha a la altura de la Ballena Azul, las piernas se hunden en la arena como si se tratase de nieve caliente y pesada. Aquello parece casi un desierto inmisericorde a las cuatro y pico de la tarde. Se escuchan hasta chicharras en los palmerales y la voz del hombre de las tortas resuena como un espejismo sonoro, pero a su reclamo se arma un revuelo de niños y madres rebuscando en las carteras: «a todo el mundo le gusta el dulce cuando llevan aquí tanto rato al sol y esto baja el azúcar», dice.

Caja al hombro, andar ligero. La gente pide y el muestra esa mercancía rica que parece hecha a prueba de sol y de inclemencias; bien presentada y tratada con mimo. Los niños se vuelven locos y de un tiempo a esta parte los padres también piden para ellos. «Me las quitan de las manos, es que esto apetece mucho cuando uno está 'relajaíto' en la arena».

Y sí, en efecto, la torta está blandita, el chocolate juguetea con el paladar y esto se ha convertido ya en una tradición con la que nada ni nadie podrá mientras al motrileño de a pie se le antoje que este es el mejor invento para ahorrarse el engorro de preparar las meriendas playeras de los niños.

«La playa es como una escuela, aquí se aprende de todo, hay días buenos y malillos pero siempre saco mi jornal», claro que también se lo suda y se lo gana el hombre.

El sol no da tregua mientras el hombre de las tortas se dirige a contraluz, ligero y feliz, buscándose la vida cada tarde de un verano que, para muchos niños, será el verano de su vida y este tendrá el sabor de las «tooortas de ssschocolaaateeee»

(Foto del autor)

Comentarios

Publicar un comentario