Llevo diez años sin hablar contigo...


Esta semana he tenido un sueño inquietante. De esos que te tienen todo el día pensando qué clase de aviso te está dando la parte más oculta de tu inconsciente... de esos que nos dan a entender que una pieza de nuestro puzzle vital ha caído al vacío.

Hice un precioso viaje al pasado. Y fue precioso al menos al principio. Un salto de tres décadas que me parecieron el regreso a un mundo extraño, incluso antiguo (tiene tela) y envuelto en una cierta tonalidad ámbar.

Fue un sueño real, porque el entorno (mi pueblo, durante una celebración de semana santa muy lejana) era lo que era; sin desdibujarse con fantasías ni extravagancias oníricas. Mi aspecto volvió a ser el de antes y yo vivía las situaciones de antes, hasta con mi "ropa" de la época. Pero pasadas las primeras horas de arrebato nostálgico me fue revelada la única condición de mi “viaje”:

-Has recuperado tu edad de entonces, pero con toda la experiencia y recuerdos de tu edad actual. Algo que no podrás decirle ni insinuar a nadie.

La frase, a bocajarro, me la soltó un compañero del sueño que me conducía por calles, situaciones y vivencias pasadas como un extraño Ángel de la Guardia serio, nada condescendiente y sin dejar de mirar mis gestos y reacciones.

Al principio me divertí al ver a antiguos amigos -hoy todos con hijos mayores-, muriéndome de ganas de decirles:

-¡No te casarás con tu novia, sino con otra. Trabajarás en Almería y te invitaré a mi casa a cenar en el verano de dentro de veinticinco años, cabroncete!

Me vi vestido de costalero en una procesión que se me antojó pueblerina, pero maravillosa, y me fui de cervezas con los colegas, mientras mi compañero me miraba serio. Reí, reí mucho y tuve una segunda oportunidad para vivir un déjà-vu real y dolorosamente feliz. Bonito no... radiante.

Todo se torció, sin embargo, cuando vi venir a una persona de mediana edad que en aquel momento de mi existencia formaba parte de mi horizonte personal. En ese momento mi viaje dejó de ser divertido para clavarme la angustia en el estómago porque aquel ser falleció hace ya muchos años a causa de una larga enfermedad.

Somos personas y mi reacción fue correr hacia él y advertirle. Pero mi ¿ángel? Me lo impidió:

-¡Recuerda la condición!

Esa persona desapareció, de repente. El entorno dorado se desvaneció para dar paso a una sucesión de otras personas que llegaban hasta mí cruzando una calle... y, entre ellas, entonces vi a un viejo amigo. El mismo con el que no me dirijo la palabra desde hace una década; el mismo que se reía de mis tonterías y con el que muchas veces me emborraché, el mismo con el que me hice tantas fotos y con el que ahora no estoy muy seguro de reconocer por la calle, del tiempo que hace que nos pusimos una pared de por medio.

-¡Ni se te ocurra!, me dijo el ángel

-¿Estás loco? ¡Dentro de unos años nos odiaremos! ¡tengo la oportunidad de evitarlo! ¡tengo que hablar con él!. ¡Yo... no quiero que ocurra! Grité.

Hablar con él.

(En la actualidad sólo se de él porque una red social me avisa de que, cada cierto tiempo, entra a ver mi perfil. No se con qué intención. Y no, no me alegro nada. Me produce una tristeza profunda y desconcertante).

Agaché la cabeza, con una terrible sensación de derrota y sólo cuando comencé a llorar le pedí a mi guía, ángel, demonio o lo que fuese que me devolviese a mi tiempo, que me sacase de aquel sueño en el que aún había felicidad en mi relación con las personas que me importaban. Ya no quería estar en una época en la que todo eran risas y sonrisas, porque yo conocía lo que pasaría después.

¡Por favor! ¡sácame de aquí!

Y desperté rubricando lo que todos sabemos: que la vida no da segundas oportunidades. O lo tomas o lo dejas. Y lo más cruel es que, a medida que andamos por el sendero que nos ha sido trazado no podemos volver hacia atrás para deshacer, sino para aprender. En el conocimiento de lo vivido anida la solución a nuestros desaciertos futuros o en el hecho de coger las armas adecuadas para defender nuestra dignidad.

Únicamente me desconcierta la figura extraña de quien vigiló mi viaje, de quien me impidió alterar el orden vital de las cosas. Trato de buscar una justificación a ese papel de guardián y a la vez malévolo de quien amable, pero serio y contundente, me estaba indicando que sólo en el momento presente somos dueños de nuestros actos y podemos elegir correctamente sobre aquello que nos marcará de por vida.

(Foto: Succo)

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