Mujer contra mujer


Vaya por delante que nunca he expresado mi opinión (escrita) al respecto y que mi intención no es otra que la de expresar, claramente, lo que pienso sin adaptarme -en la mayor parte de las ocasiones- a lo políticamente correcto. Pero tenía ganas de abordar este asunto.

No daré nombres, sólo datos aproximativos (pero a buen entendedor...)

Veréis. Hace ya algunos años, una persona muy, muy cercana a mí (mujer, para ser más exactos), me comentó, entre divertida e indignada, que en su entorno laboral la andaban criticando por la espalda (algo muy valiente y ya no pongo más paréntesis) porque decían que ella “disfrutaba con su trabajo y estaba siempre sonriendo en su trabajo”. El comentario le vendría muy a pelo a quienes, teniendo la fortuna de desarrollarse profesionalmente, no tienen más careto que el “hocico retorcido” durante las horas en que se ganan el sustento. Al parecer, para la mujer que hizo el comentario, lo único que se podía echar en cara a la que sonreía y era feliz desempeñando su responsabilidad era eso, que le gustaba lo que hacía y cuyo resultado no era otro que el de brillar e irradiar esa felicidad sobre su desempeño diario.

Sin embargo, lo que me pareció más grave fue -precisamente- el hecho de que fuese otra mujer. Sí, otra mujer, la que disparase ese dardo sin pararse a pensar en su propia posición en la empresa donde, además de tonta, su único objetivo de desarrollo personal y evolución profesional no era otro que el de ser invitada al viaje anual con que la firma comercial obsequiaba a algunos trabajadores, socios y -por supuesto- a mujeres “buenas”, serviciales y que no armasen mucho ruido.


Si en los entornos masculinos las puñaladas son, como poco, mortales. Ni os cuento cuando la guerra se libra en femenino. Y no me refiero a que se tengan que formar gremios o cuadrillas femeninas que se auto apoyen y defiendan de manera incondicional, no.. no llegáramos a eso, por Dios, sino a que en el marco de una realidad en la que, lo diga quien lo diga, existe una aberrante brecha profesional y salarial, lo que resulta triste es que sean las propias mujeres las que, con una frecuencia escandalosa, se tiren a la yugular de sus congéneres.


Pero más aún. Es que hay muchas que parecen no entender que la sociedad patriarcal no es sólo cosa de hombres, sino de mujeres; y que en la complacencia y con la complicidad de muchas de ellas aquí ni se avanza ni se tiene la más mínima consideración con el sacrificio, la lucha y la heroicidad de tantos miles de ellas que fueron estigmatizadas, sacrificadas y apartadas de la sociedad hasta hace tan pocos años que muchos tendríais que avergonzaros. Y, para muestra, un botón:


Hace muchos años acudí a una importante feria del sector de las frutas y hortalizas; donde presencié uno de los episodios más bochornosos de mi vida. La delegación, no diré cual, tomó posiciones en un moderno y amplio stand, dispuesta a iniciar una jornada de contactos comerciales al “más alto nivel”. Imagino que todos vosotros habréis imaginado, por ese resorte de la imaginación que nos lleva a pensar en masculino, que la “delegación” eran todos hombres. Y así fue. Sin embargo, algunos de ellos se hicieron acompañar por esa especie de esposas que decoran muy bien al principio, pero que a la media hora les ocurre como a los jarrones que una tía-abuela lejana te regala para tu boda... que estorba y necesitan ser arrinconados.


Aquellas esposas, digamos que eran tres, se situaron muy bien físicamente en el stand y también muy bien, física e intelectualmente, en el papel de “señoronas de...”, con sus bolsos muy bien aposentados en el regazo, al estilo de las películas en blanco y negro del cine español de los 60, aunque sin los pelos cardados.


Cuando los directores comerciales y embajadores empresariales vieron que comenzaba la acción de saludar y recibir a futuros clientes, consideraron oportuno “invitar” a las señoras a que se retirarsen a sus aposentos, como se suele decir y como pasaba en “Lo que el viento se llevó”. Para que no se sintiesen menospreciadas, uno de los directivos presentes se dirigió a su abnegada esposa, que seguía muy en su papel, y le dijo una frase que no voy a olvidar jamás: “¡anda, iros al centro un rato a comprar y aquí tienes la tarjeta, para que te la fundas!”...

Bueno, si yo llego a ser mujer y la esposa de aquel fulano le doy un hostión en ese momento que lo vuelvo como a los pulpos. Esa fue la reacción que, tonto de mí, esperé se produjese. Pero no, las tres flamantes esposas, sin ponerse de acuerdo, hicieron el mismo gesto: emitieron esa risilla tan sui generis que a todos nos provoca cuando nos hacen cosquillicas en la nuca, y se fueron de compras tan contentas.

¡Listo, jarrones inservibles fuera de la mesa!

El stand quedó en las manos en las que tenía que quedar: en las de los tíos muy tíos ellos... “así la tengo contenta unos días”, apostilló el director general.

Suma y sigue

La actitud prepotente y machista del pájaro este, y de todos los gorriones que lo secundaron, no me extrañó por recurrente, habitual y “normalizada”. Pero la aquiescencia, la complacencia, la sumisión y la esclavitud moral exhibida por aquellas mujeres se me antojó un atentado a la lucha soterrada y terrible mantenida, en el último siglo, no ya por la igualdad, sino por la dignidad de las mujeres.

Y es que (podéis criticarme lo que queráis por este escrito.... perdón, último paréntesis) a muchas de quienes os dejáis la piel, la palabra, el amor, la dedicación, el compromiso y la responsabilidad por conseguir otro mundo que SI es posible, yo os digo que en demasiadas ocasiones al enemigo lo tenéis en casa.


Foto: Kaboompics

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