Con la cabeza en su sitio


La edad no es la causa de la madurez. Esta puede alcanzarse o no a lo largo de una vida y depende de la predisposición a asumir plenamente, de manera muy consciente, los hechos y deseos propios. De manera serena y firme.

La madurez está presente el día en que dejas de sentirte observado por encima del hombro. Llega cuando tú mismo te reafirmas en tu individualidad y asumes que, por mucho que no le guste al resto, eres único e irrepetible. Es por eso que la madurez tiene un necesario y precioso envoltorio ególatra: descubres que nada ni nadie puede estar por encima de ti. Y, además, debes creértelo.

Nunca me gustaron los halagos. He recibido muchos a lo largo de mi vida y lo único que han provocado en mi es la certeza, cruel, de que los recibía de quienes jamás me sentirían como un peligro y de quienes están convencidos de que jamás alzarás ni la voz ni tus acciones para convertirlas en un himno personal de la superación y los logros. Pero yo, como tu, tengo el pleno convencimiento de que llegará el momento en que muchos de los que me hicieron esos halagos los cambiarán por silencios. Eso, egoistamente, me producirá muchisima más satisfacción personal porque, entonces, sabes que ya estás haciendo sombra a quienes te tenían por tonto.

Yo juego mucho a hacerme el tonto. Me sale bastante bien y me ayuda a tener mejor perspectiva de cómo muchas personas se relacionan conmigo. Me han ignorado muchas veces. Me han utilizado a conveniencia, también muchas veces, y eso me ha forjado como alguien fuerte preparado para dar un buen martillazo, llegado el momento.

Uno de los signos de la madurez es eso, la clarividencia. Descubres que puedes interpretar la actitud del resto ante ti mismo, la condescendencia ajena, para fortalecerte como persona. Tu combustible es la incomprensión, el desdén o el daño que te provocan los demás. Lejos de hundirte te crecen.

La madurez no se nutre de abrazos y besos hipócritas, sino de aquello que compartes en la profundidad de la relación que acabarás teniendo con muy, muy pocas personas... aquellas que nunca te harían la pelota o buscarían de ti interés alguno... salvo el hecho de quererte y aceptarte como eres. Tardas una vida en descubrir quienes son y, cuando lo haces, has madurado como ser humano y ya no necesitas más.

Ser maduro significa decir NO sin perder la sonrisa. Amarte a tí mismo y convencerte de que los defectos que, tantas veces, te han echado en cara los demás a lo mejor son virtudes que tu mismo no has sabido encauzar bien. Es escuchar lo que te dicen, lo que te intentan ordenar o inculcar, sin perder tu expresión de paz mientras, interiormente, sabes perfectamente que vas a hacer lo que te de la real de las ganas, porque para eso eres TU y no lo que los demás quieren que seas.

Si tenéis dudas sobre vosotros mismos mirad hacia adentro y veréis como una persona maravillosa lleva años viviendo en vuestro interior y que esas dudas sólo las alimentan aquellos que, seguro, os miran con envidia y pretenden convertiros en seres inseguros.

El día en que los demás os ataquen y sólo sepáis responder con una buena sonrisa, habréis alcanzado la madurez.

(Autor de la imagen que acompaña a este articulo: prettysleepy1)

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